El café es casi un pedido de perdón por una mala noche más. Enciendo el primer cigarrillo del día mientras con una cucharilla confiscada de un vuelo de Iberia intento disolver demasiado azúcar. Son cuatro cucharadas colmadas. Las tres primeras las dejo caer en el centro exacto de la taza. La cuarta la sumerjo cargada, presionando por el centro el pequeño montón flotante, cuidando de no desbordar la taza. Por la ventana puedo ver como Barcelona se despereza. El barrio del Raval despierta a otro día de comercio, trapicheos y pequeños hurtos. Son calles angostas, y aún después de diez años de vivir aquí no me acostumbro a la antigüedad, a asomarme a la ventana y casi alcanzar con la mano la ropa tendida a secar de los vecinos de enfrente, a la actividad frenética de ecuatorianos, marroquíes y chinos que cada día se buscan la vida para aguantar un día más, a los turistas que pasean. Y sin embargo soy uno de ellos. Soy y no soy. Soy inmigrante, pero inmigrante blanco de ojos claros con papeles. Me cuesta integrarme, pero sin embargo vivo en una sociedad que acepta mucho más fácilmente a un argentino universitario que a un marroquí que vende alfombras. Y es raro, porque los ecuatorianos, marroquíes, chinos e inmigrantes venidos de todas partes que día a día se buscan la vida no me ven como a uno de ellos. Los catalanes y los españoles tampoco, aunque me aceptan más y mejor, porque no me ven como a un inmigrante. Yo soy necesario y aporto, pero no soy de aquí y nunca lo seré. Y entonces es cuando no sé bien cuál es mi papel ni qué estoy haciendo aquí. Es cuando me siento de ninguna parte y de todas un poco, cuando pienso que no puedo volver, que no sabría volver, que ya tampoco me siento de allá. ¿Cómo es que uno se diluye tanto en solo diez años? No son las respuestas, ni siquiera las preguntas. Es que el mundo parece estar en desorden, no encuentro nada donde se supone que debería estar. Desde que estoy aquí parece que tengo dos vidas. En una de ellas soy exitoso, trabajo, me gano bien la vida, disfruto del respeto de mis colegas y de la admiración de las personas que trabajan en mi equipo. En la otra giro como una tuerca con la rosca falseada, mi identidad es un misterio que no sé resolver del todo, y aquí no bastan las metodologías, la organización y la estructuración de los problemas. Esta otra vida comienza al anochecer, cuando salgo del trabajo y recorro las calles y bebo cervezas y fumo cigarrillos rubios y hablo con personas y no me acabo de entender con las personas y temo que se aproxime otra noche de insomnio y pienso en el pasado.
No sé cuál de las dos es real.
¿Lo son las dos?
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