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Capítulo Pi 12. (Acción en Barcelona, 2009)

05:25. Entresueño, otra vez. Sonrío para mí mismo mientras pienso que los minutos son el cuadrado de la hora. Calculo rápidamente la serie: 01:01, 02:04, 03:09, 04:16, 05:25, 06:36, 07:49, y entonces intento adivinar cómo reaccionaría el sistema numérico horario para el siguiente elemento de la serie. Correspondería 08:64, pero el sistema no lo soporta, así que me pregunto si el siguiente elemento sería 09:04 o su cálculo produciría un overflow. Es un caso típico en que una simulación basada en un sistema decimal, y por lo tanto necesitado de programación para emular las reglas internas de un reloj, obtendría una solución diferente por cada programador que intentase codificarla. Una vez más, he dormido mal. Puedo sentir en el inicio de la garganta un sabor agrio y rasposo que evidencia demasiado tabaco y alcohol la noche anterior, y por mi cerebro no alcanza a tomar plena forma la idea de ir a la cocina a buscar una coca-cola bien fría. Contra el paradigma dominante en el saber popular español, los azúcares de las bebidas carbonatadas son mucho más efectivos que el alcohol contra una resaca potente. El resto de los subsistemas de mi cuerpo que representan cada uno de los sentidos básicos comienzan a responder al Wake-Up adelantado que estoy experimentando, y mi tacto reporta rápidamente dos incidencias al sistema central.

1)   Estoy completamente desnudo.

2)   Las sábanas están demasiado arrugadas para una cama en la que ha dormido una sola persona, y una fuente de calor cercana aún no identificada corrobora esta tesis.

El subsistema olfato, casi al mismo tiempo, detecta restos de olor a sexo y feromonas en el aire. Giro la cabeza hacia la izquierda, y el subsistema vista informa que a mi lado hay un bulto cuya morfología más probable se corresponde a un ser humano del sexo femenino, teniendo en cuenta la curva de la cintura y el pelo largo y rubio que cubre la nuca que tengo delante de la nariz. El sistema de gestión de persistencia recupera la información de la noche anterior, luego de que un proceso de reconstrucción repare los daños producidos por el alcohol, y súbitamente todo aparece claro. Es Nadja. Está en mi cama. Tuvimos sexo. Mucho sexo. Me gustó. La invité a dormir. Aceptó. Nos dormimos abrazados. El cálculo de probabilidades sugiere que querrá que desayunemos juntos. Kernel panic!

Ya es de día. Estoy en pleno funcionamiento y aún no sé qué voy a hacer cuando Nadja se levante, aunque tengo preparadas las cuatro cápsulas Dolce Gusto necesarias para dos Cappuccinos y estoy cortando rebanadas de una cuña de queso, intentando sin demasiado éxito que cada una de ellas tenga un espesor de entre 1,5 y 2,3 milímetros y que conserven la forma triangular característica, mientras dispongo en orden seis rebanadas de pan de molde esperando turno para la tostadora y verifico que la aceitera está llena. Nadja aparece en la puerta de la cocina. Viste solamente una camiseta mía, que afortunadamente le queda enorme, por lo que le cubre hasta la mitad de los muslos. La idea de que está desnuda debajo de la camiseta me incomoda, me turba y puedo sentir una oleada de sangre acudir al llamado de mi entrepierna. Está despeinada y tiene los ojos y los labios hinchados de dormir. El conjunto, sin embargo, es terriblemente seductor.

–      MmmBuenos días – dice, aproximadamente medio segundo antes de estamparme un beso en los labios.

–      Hola. ¿Has dormido bien?

–      Genial – pesca una rebanada de queso y la monta de cualquier forma sobre otra de pan de molde, sin tostar y sin aceite, lo que me irrita secretamente y me resulta antigeométrico, si es que existe la palabra.

–      Espera, que está sin tostar.

–      No importa, me apetece un montón así. ¿Preparas café?

–      Claro.

Me frota una mano por la espalda, antes de volver hacia el salón rumiando su pan con queso. Me pongo a manipular nerviosamente la cafetera y su puto sistema de cápsulas, perillas y chorritos que sueltan vapor, mientras intento identificar el momento preciso de la noche en el que me pareció buena idea invitarla a casa.

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