Cuando yo era chico los buenos eran buenos buenísimos, y los malos eran malos malísimos. La caracterización de la maldad era ingenua y bastante suave. Así, en Los Aristogatos, el malo malísimo era un mayordomo celoso de unos gatitos porque iban a heredar la fortuna de su ama en su lugar, y el malo de Batman era un loco que quería simplemente hacer daño por puro placer, dedicándose a poner acertijos que anunciaban su próxima fechoría, o un científico atormentado porque no había podido salvar a su esposa de una muerte infame, y entonces vengaba su dolor contra el mundo. También estaban los malos monstruosos y freaks, como El Hombre de Arena, El doctor Octopus, Misterio o El Rinoceronte. Casi siempre mentes brillantes que a las que un experimento fallido transformaba en adalides del crimen organizado. En esa época también, otros buenos buenísimos, como por ejemplo Supermán, luchaban aún contra simples ladrones de bancos, o malos de pacotilla que, amparados tras un invento destructivo, reclamaban al mundo libre una recompensa sustanciosa a cambio de no ejercer su maldad. Por supuesto, no faltaban los malos fanáticos, como los nazis o cualquier otro malo que atentase contra la democracia y la libertad. Los malos se movían por el gusto de la maldad y por dinero.
Más adelante, cuando empecé alcanzar la frontera de mi primera decena de años, los buenos seguían siendo buenos buenísimos, que solamente ejercían su bondad por el puro gusto de hacerlo, mientras que los malos empezaron a cambiar. La sociedad perdía inocencia y se hacían necesarios malos más amenazadores, más terribles y con más apoyo en la realidad. Aparecieron los malos del este, los rusos duros y los alemanes fanáticos, que eran malos sencillamente por puro odio. Eran malos contra los países libres, y querían dominar el mundo. También aparecieron los malos que eran malos solamente por poder. Entonces Darth Vader subyugó al mundo entero: un malo novedoso, de voz profunda y maldad infinita. Los malos empezaron a no tener reparos en matar, y a intentar, cada vez con más frecuencia, dominar el mundo. Las tramas de su maldad giraban en torno al odio a la libertad. Luke Skywalker era el prototipo del bueno buenísimo, tan bueno que ni siquiera se quedaba con la chica ni el botín, y estaba dispuesto a dar su vida por la libertad y por sus amigos, en ese orden. Tan bueno que, a pesar de tener la oportunidad, no era capaz de matar al malo malísimo. Bajo la sombra de Vader, los malos empezaron a tener recurrentemente una característica física que los hacía inconfundiblemente malos: los dientes podridos, o un parche en el ojo, o sencillamente pura fealdad como prueba de su vileza.
Después, cerca de la adolescencia, los malos malísimos empezaron a cambiar otra vez. Dejaron de ser tan feos y tan malos por pura malicia, al mismo tiempo que los buenos buenísimos comenzaban a tener conflictos emocionales relacionados con su bondad, y sus motivos ya no eran tan puros ni tan altruistas. Empezó a aparecer la venganza personal como motivo para luchar contra los malos, y los malos empezaron a ser corporaciones poderosas, malas por pura avaricia, que conspiraban contra buenos cada vez menos inocentes. Esta nueva maldad era disfrutable, alcanzaba un grado de complejidad interesante, que nos hacía reflexionar. También aparecieron los malos a pesar suyo, como los vampiros que no pueden evitar morder, por ejemplo: malos por naturaleza. Otro producto de esta época eran los malos admirables, los malos heroicos, como por ejemplo Woody Harrelson y Juliette Lewis en Asesinos por naturaleza, que a pesar de ser malos malísimos nos hacían sentir implicados emocionalmente con ellos, y desear que triunfasen. Pero la tendencia de la maldad iba claramente por el camino corporativo e intrigante. Grandes conspiraciones y corporaciones multinacionales sin escrúpulos nos amenazaban desde la impunidad política y económica.
Desde hace unos años, la cosa se ha ido complicando. Ahora la maldad es un cóctel infumable de argumentos complejos, los malos malísimos del parche en el ojo se han confabulado con las megacorporaciones y las conspiraciones de estado y las agencias internacionales de espionaje luchan contra múltiples células terroristas de diferentes facciones y procedencias, produciendo múltiples malos inabarcables con intricados intereses opuestos entre sí, al mismo tiempo que los buenos ceden a las presiones políticas y suelen infringir la ley para que un malo no tan malísimo que ayudó a los buenos a desentrañar la conspiración pueda escapar. Quantum of Solace – un James Bond que en nada se parece al del mítico Sean Connery – y la exitosísima serie Lost son buenos ejemplos de esto, donde los malos malísimos y los buenos buenísimos son tan parecidos y se mueven por motivos tan abstractos que es casi imposible sentir empatía por ninguno de ellos, e incluso nos sentimos ligeramente tontos ante la profunda astucia de un argumento tan complicadamente críptico que no lo alcanzamos a comprender del todo.
Como he dicho antes en este blog, tengo dos hijos, de tres y cinco años, a los que les encanta, por ejemplo, Kung-Fu Panda, donde un malo malísimo quiere destruir el mundo libre por puro despecho, como antaño, y no puedo evitar preguntarme qué clase de malos y buenos les estamos ofreciendo a nuestros hijos por mor de la astucia de Hollywood y demás productores de héroes, villanos y épica, y cómo los voy a guiar para aprender lo que está bien y lo que está mal en un mundo hiperinformado, en el que cada vez lo que está bien y lo que está mal son conceptos más abstractos que compramos en dosis medidas con excelente packaging. Prefería los piratas de parche en el ojo y los malos con los dientes podridos, la inocencia de la Pantera Rosa y las tramas de espionaje del Súper Agente 86. Pero parece que, desterrada definitivamente la inocencia del mundo moderno, estamos condenados a vivir una época en la que nada es lo que parece ser, y donde hace falta complicar demasiado las cosas para hacerlas interesantes. Bienvenidos a la era de la maldad abstracta.
2 pings
Comentario…
[..]Articulo Indexado Correctamente[..]…
United States