Quienes hayan leído recientemente el post Charlas de hombre a hombre, recordarán que dejamos a mi hijo Pablo sumido en las terribles tribulaciones de su corazoncito infantil, afectado prematuramente – o al menos eso creíamos sus padres – por un flechazo repentino hacia la bella niña a la que decidimos llamar Celia. Pues bien, tras un par de días de silencio, durante los que algunas personas me preguntaron el desenlace de tal romance, comenzaba a creer que no sabríamos nada de las inclinaciones amorosas de la elegida, cuando una tarde de plaza como tantas otras nos trajo de regalo una sorpresa.
Sentados, como corresponde, en los bancos de la plaza junto a otros padres, Gloria y yo practicábamos el viejo arte de la tertulia, cuando, sin motivo ni razón aparente, se acercó Celia, acompañada de una pequeña amiga a la que, también en aras de preservar su intimidad, nombraremos como Ana. A Ana le encanta conversar con Gloria, y lo hacen con frecuencia durante las tardes de plaza y bicicleta, y esta tarde no fue la excepción. Comenzaron una charla relacionada con un diente flojo y las expectativas beneficiosas de la inminente visita de un tal Ratón Pérez, que al parecer se dedica al comercio de los dientes de los niños con una afición y una disciplina asombrosos. Como las idas y venidas del tan mentado señor Pérez no me interesaban demasiado, no presté mucha atención a la conversación, concentrándome en seguir con la vista como Pablo y Daniel, en medio de una nube de niños, arrastraban una rama de árbol por el medio de la plaza, demostrando así que no solamente son prematuros para la llegada del amor, sino también para desarrollar las habilidades básicas sobre vandalismo vecinal que el ser joven en el mundo de hoy requiere.
Súbitamente, la conversación de las tres mujeres – Gloria, mi mujer, y las pequeñas Celia y Ana – me llamó la atención por su contenido, así que, disimuladamente, me puse a escuchar en el momento en el que Ana decía (y continúo cambiando los nombres de todos los niños, salvo los de mis hijos):
– Yo me voy a casar con el Juan. El año pasado me iba a casar con el Álvaro, pero ahora me voy a casar con el Juan.
– Me parece muy bien. – dijo Gloria – ¿Y tú, Celia?
– Yo tengo dos pretendientes: El Pablo y el Xavi, pero todavía no estoy decidida. (Nótese que en catalán, el uso del artículo previo al nombre es obligatorio, y por lo tanto es muy común aquí que al hablar castellano también se utilice, aunque a los argentinos nos suene mal).
– Pues te tienes que decidir ya. – dijo Ana, dejando advertir con el tono de voz que tenía la paciencia agotada – Te lo piensas y mañana lo buscas aquí en la plaza y se lo dices.
– Es que mañana no puedo porque tengo que ir a comprar – repuso Celia, haciendo un gesto de resignación con ambas manos que dejaba clarísimo que la compra era una fatalidad que escapaba a su poder de control sobre la realidad, y por lo tanto los jóvenes enamorados tendrían que esperar a un día sin compra.
– ¿Y cuál te gusta de tus pretendientes? – preguntó Gloria, intentando que la pequeña no notase que intentaba arrimar agua para su molino.
– No lo sé. – pareció pensar durante unos instantes – El que me ataque menos. Yo lo único que quiero es que no me ataquen. Y el Pablo me ataca mucho.
– Claro – escuché decir a Gloria, mientras intentaba contener la risa. – ¿A que es mejor cuando no te atacan, verdad?
– Sí, es mucho mejor. Además, el Xavi me enseñó unos gusanos el otro día, así que me parece que va a ser el Xavi.
Dicho esto, montaron en sus patinetes de tres ruedas y partieron raudas a continuar protagonizando la tarde sin más. Yo, francamente decepcionado por el trágico destino del amor que consume a mi niño, me quedé pensando seriamente en que, en cuanto surja la oportunidad volveré a tener con él Charlas de hombre a hombre, esta vez sobre técnicas de seducción. El ataque frontal está muy bien, y es una técnica ancestral que a lo largo de los años ha demostrado su efectividad, sobre todo si se emplea el garrote y el tirón de pelo. Pero en el mundo moderno, un hombre hecho y derecho no puede, bajo ningún concepto, ignorar que es fundamental disponer de un buen puñado de auténticos gusanos de tierra si lo que se quiere es enamorar a una dama.
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[..]Articulo Indexado Correctamente[..]…
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[…] las vicisitudes de la accidentada vida emocional de mi hijo Pablo (ver Charlas de Hombre a Hombre y Charlas de Mujer a Mujer), que dejamos el relato de sus tribulaciones amorosas en el álgido punto en que su pretendida, […]
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