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El abogado, el médico y el aprendiz de brujo

Somos nuestras profesiones. Eso y el lugar donde nacimos y /o crecimos. Vivimos en un mundo lleno de clichés, lugares comunes y estereotipos, y todos, en mayor o menor medida, contribuimos a esa banalización progresiva de los conceptos que nos rodean, que cada vez sucede con mayor rapidez. Así las cosas, nos cuesta concebir que la forma de llenar la olla no sea mucho más que eso, y entonces sabemos con certeza que todos los taxistas son charlatanes, que todos los argentinos tenemos labia y un punto atorrante, mentiroso o exagerado, que ninguna persona que haya estudiado cualquier carrera humanística puede tener un trabajo lucrativo relacionado con sus estudios, que todos los abogados defienden a los malos, que a los médicos hay que hacerles caso en todo porque para eso estudiaron y saben más que uno, y que todos los que nos dedicamos a cualquier disciplina abstracta (informáticos, programadores, matemáticos, físicos, etc.) somos una banda de freaks que, pasados los treinta, tenemos la habitación llena de muñecos de La Guerra de las Galaxias, vemos webs porno sin parar, leemos toda la ciencia ficción que nos cae en las manos y no sabemos hablarle a las chicas (“existen dos tipos de hombres: los que saben binario y los que tienen novia”), además de tener el sentido del humor seriamente perjudicado por una visión del mundo drásticamente distorsionada.

No me gustan los estereotipos, pero creo que por algo existen, y que es bueno ser capaz de reírse de ellos, sobre todo cuando nos tocan de cerca. Y a pesar de que no me gustan, estoy obligado a reconocer que existe un fondo de razones que, exageradas una y otra vez por quienes las esgrimen, acaban dándole cierto regusto de verdad al asunto. Y nunca falta, además, (por dar un ejemplo que me toca) el programador al que yo llamo gordo Unix, que ostenta un poderoso sobrepeso, pelo y barba enmarañados, escasas habilidades sociales, marcado mal gusto en el vestir, y solamente puede hablar de temas científicos o de sables láser, y, por supuesto, juega juegos de rol. Cuando aparece uno de estos personajes, verifica frente al mundo entero todos los tópicos habidos y por haber, y entonces es inútil discutirlos, y resulta más fácil sentirse identificado y hacer causa común con el gordo Unix, batiéndonos a brazo partido, espalda contra espalda, enfrentados al resto de los presentes en ese momento, para defender la dignidad de la profesión. Si el gordo Unix, para colmo de males, llega a ser argentino y estamos de este lado del mundo, entonces ya sé antes de empezar que acabaremos malheridos, ahogando nuestras penas en una Quilmes y panqueques con dulce de leche, mientras comentamos en voz baja el último libro de Harry Potter.

Ahora bien, dejando de lado la maldad ajena y los tópicos, hay tres profesiones condenadas a sufrir en las reuniones sociales. La primera es la abogacía. Si hay más de diez personas y llega un abogado, no importa la temática de la reunión, deberá responder al menos una consulta legal. Es indistinto si es un abogado especializado en divorcios, alguien le preguntará qué pasa si atropella a un perro sin querer pero no para, o si puede recurrir la multa que le quita los últimos puntos del carné, o qué pasa si hace mal la declaración de la renta de manera deliberada. Los abogados llevan decenas de años sometiéndose a este tipo de interrogatorios, durante los cuales a su interlocutor le importa un sorete su especialidad o su trabajo actual. “Soy abogado pero actualmente trabajo como cajero de un banco”, “Si, si” – responde el “cliente” de turno, “¿pero qué pasa si mi abuela me deja una casa en la playa y la casa tiene hipoteca?”. No le queda más que resignarse y responder lo que le dicte su sentido común.

La segunda especie sometida a este tipo de maltrato social son los médicos. Los médicos pueden tener la esperanza de que el umbral del dolor esté por encima de las quince personas presentes, pero si las hay, es completamente imposible que no haya uno con un bulto extraño en la espalda, que ríe nerviosamente llamándolo “el cáncer”, sólo para escuchar de boca del médico que no, que lo más probable es que sea un bulto de grasa, o algo similar. También sufren la indiferencia típica de sus contertulios con respecto a la especialidad. “Es que tengo un sarpullido en los muslos que me preocupa”. “Ya – dice el galeno – pero yo soy traumatólogo. Tendrías que ver a un dermatólogo, o en todo caso a un endocrino, pero yo no tengo ni puta idea”. El enfermo  hace como que no escucha: “¿Y si me pongo Bepanthol me lo curará? ¿O mejor otra crema?”

Pero sin ningún lugar a dudas, y sin admitir ningún tipo de especulación al respecto, los más perjudicados somos los informáticos, programadores, administradores de red y en general cualquier persona que trabaje con computadores. “Es que trabajo en una empresa que gestiona comunidades de propietarios, y tenemos el Comunitator 2.31, y me sale un mensaje que no leí bien pero que dice algo así como que la tabla está consumida”. Nos encogemos de hombros, y a pesar de que no hacemos más que repetir que en nuestra puta vida hemos visto el Comunitator, en ninguna de sus versiones, el afectado insiste, argumentando que es nuestro deber saberlo todo y conocer todos los programas del mundo. Y al escuchar la conversación, siempre se apunta alguno más: “Yo me compré una consola Pedorrix versión 8, y no la puedo conectar al Wi-Fi del vecino ni al USB del sofá porque no me reconoce la placa de vídeo”.  Y si estamos en una casa particular, lo más probable es que de alguna manera terminemos arreglando alguna cosa en el ordenador personal del anfitrión, que por cierto seguramente es un asco con miles de programas pedorros instalados, ventanas que se abren por doquier pidiendo que paguemos una licencia de vaya uno a saber qué, y en general un mal bicho que el único arreglo posible que tiene es un formateo completo, cosa que nos cuidamos muy bien de decir para no salir beneficiados con tan preciado encargo.

Pero por suerte, a diferencia del médico y el abogado, los informáticos tenemos armas secretas. Aún si no queremos sacar la espada láser y cortar en dos al incauto que pregunta, podemos adoptar nuestra pose oscura de aprendiz de brujo, y en un tono de voz que no admita réplica, responder algo lo suficientemente críptico como para asustar al más pintado: “La matriz bidimensional de la memoria central está fragmentada sin remedio por el núcleo raíz del sistema operativo. No puedo desencriptar esto sin un certificado X.509 auténtico emitido por Microsoft. Vas a tener que dejarlo así. La otra opción es perder todos los datos forzando un core dump que permita debugar el kernel”. Dicho esto, hacemos un gesto mágico con ambas manos, mientras arqueamos las cejas, dando a entender que lo sentimos mucho, y nos alejamos en dirección a la mesa, hundimos las zarpas en el plato de jamón, y nos dedicamos a meditar tranquilamente si es verdad que Aragorn tenía más de ochenta años cuando cabalgó por los senderos de los muertos, o si Yoda sería capaz de vencer a Harry Potter en un enfrentamiento mano a mano. Obviamente, mi opinión es que sí, los Jedi son mucho más poderosos que los magos.

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    [..]Articulo Indexado Correctamente[..]… United StatesUnited States

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