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El Aprendiz de Brujo y los caprichos del Mono Loco

Hay momentos en los que no alcanzo a saber si la paranoia es colectiva o si soy yo solo, pero cada vez más creo en las oscuras conspiraciones ocultas del estado de derecho. Como muchos de ustedes saben, y probablemente los que estén fuera de España ignoren, esta semana empezaron las clases de mis dos peques. Allá fuimos tan contentos, Gloria, – mi mujer – Pablo, Daniel y el que suscribe. Resulta que vivimos en un pueblo que, además de achicharrarnos a impuestos con los que nos hacen la vida imposible rompiendo las calles que estaban bien, para luego dejarlas igual, y encima molestos hacernos sentir estúpidos, es conocido por la cantidad de niños que hay. Aparecen niños por todos lados. No hay manera de dar una vuelta por el pueblo sin ver niños, lo que hace pensar que el índice de actividad sexual (y por lo tanto es esperable que también de satisfacción)  es de los más altos de Europa. En consecuencia, la escuela (una de las tres que hay) es un enorme y deformado bloque prefabricado, sin ningún respeto por la estética ni la geometría, al que resulta evidente que todos los veranos le agregan un pedazo, conectándolo como pueden a lo que ya había, de tal manera que parece hecho por un niño jugando con cubos. Tiene una entrada principal, por la que el año pasado entraban todos los niños, y otra cincuenta metros a la derecha y doblando la esquina, por la que entran los más pequeños.

Imaginen nuestra sorpresa cuando, al llegar el primer día con niños (plural, en cantidad de dos), nos encontramos con que los pequeños mantienen su entrada habitual, pero los grandes deben ir doscientos metros a la izquierda, rodear todo el edificio, cruzar un patio enorme y esperar detrás (justo detrás de donde se llega por la entrada principal, caminando solamente cincuenta metros) en el lugar más expuesto al viento, el frío, las alimañas, la gripe A, los atentados terroristas y las incursiones de los indios Ranqueles. No contentos con esto, para después dejar al pequeño hay que desandar el camino y hacer los famosos cincuenta metros a la derecha, con lo que totalizamos unos quinientos cincuenta metros de recorrido en medio de marabuntas de padres desesperados arrastrando a sus hijos en todas direcciones, más el tormento para los pobres niños de la espera a la intemperie.

Al identificar esta situación, no pude evitar ponerme a imaginar una reunión de la directora y los profesores del colegio en la que, después de largas deliberaciones, como correctas personas inteligentes que son, a las que les confiamos la educación de nuestros hijos, llegaron a la conclusión de que esa era la mejor y más funcional alternativa para organizar el ingreso de nuestros retoños en el templo del saber. En seguida, mi sistema interno de alerta se negó a aceptar dicha hipótesis. No puede ser que personas honradas y decentes obtengan como conclusión de una reflexión bien hecha semejante despropósito. Así que pensé que tenía que ser algún tipo de imposición, pero acto seguido llegué a la misma conclusión: ¿Qué clase de persona responsable que trabaja para un organismo destinado al bien público puede definir una barbaridad semejante? No es posible. Entonces refloté una antigua teoría mía que da la única explicación posible a este y otros muchos disparates nacidos de nuestras tan bien avenidas administraciones públicas.

Sospecho, por no afirmar categóricamente, que siempre queda mal, que todas las administraciones públicas del mundo, incluidos aeropuertos, colegios, ayuntamientos, oficinas, registros y demás dispositivos de servicio al ciudadano, esconden en un cuarto secreto un Mono Loco. No importa la raza, aunque preferentemente debe ser un primate grande, que coma plátanos en no más de tres mordiscos y sea capaz de empuñar correctamente un lápiz. En el despacho del Mono Loco (del que solamente conoce la existencia el máximo responsable del centro, porque es un secreto de estado, bajo pena de muerte) hay una maqueta de la distribución edilicia (el edificio, vamos) y montones de planos. Cada vez que tienen un problema, o que un trámite ciudadano les parece demasiado simple, o que hay un nuevo procedimiento para cualquier cosa, le llevan al Mono Loco las piezas necesarias, que disponen al azar sobre la maqueta del edificio. El Mono Loco, que es muy listo, sabe que tiene que si une todas las piezas obtendrá de premio un plátano. Entonces, con el lápiz, traza el camino que le sale de su cerebro de simio en ese momento, y ya está, ya tenemos la base de lo que será el próximo procedimiento administrativo.

De esta manera se explica, por ejemplo, que en los aeropuertos haya que quitarse los zapatos y el cinturón, sin que nadie sienta pena por una fila de ejecutivos, viajeros y turistas de toda clase caminando descalzos, agarrando los bolsos como pueden antes de que el montón que hay al final de la cinta se los tire al suelo, con los zapatos colgando de los dos dedos que tienen libres y el cinturón entre los dientes, o que en Argentina durante más de un año no haya papel para hacer pasaportes, porque el Mono Loco confundió el almacén del papel higiénico con el de papel moneda, y ahora está todo mezclado, y el otro Mono Loco, el de la policía, como los plátanos no son de Canarias no hace más que trazar círculos sin sentido que no proporcionan una solución, por muy absurda que sea, a los ciudadanos.

Me resistí, con todas mis fuerzas, durante muchos años, a creer en la existencia de los Monos Locos, pero debo rendirme a la evidencia. Y ahora que hay tantos niños en el pueblo, y el colegio crece, seguro que ya les mandaron de la Generalitat su propio Mono Loco, y ellos, encantados de poder estrenarlo, le dieron a organizar la entrada de los niños. Voy a comprarme mi propio Mono Loco, para terminar de una vez por todas con esta historia, y le voy a dar a confeccionar mi personal y privado cronograma de pago de impuestos.

PILUX

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  1. […] horas de observación en el laboratorio (La Plaza). Es común en un pueblo como el que vivimos (ver El Aprendiz de Brujo y los caprichos del Mono Loco) que a la salida de la escuela vayamos todos a La Plaza. Todas las madres, invariablemente […] United StatesUnited States

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