Una de las principales (y de las pocas) ventajas de no ser religioso es que uno solamente rinde cuentas de sus pecados a su propia conciencia, y, en todo caso, a los posibles perjudicados por la actividad pecaminosa. Hace poco más de tres semanas, cuando empecé a escribir este blog, hablaba en el post La verdad de la milanesa de las razones que me llevaron a hacerlo. Acabo de releer ese post, y si bien todo lo que escribí en el es cierto, faltan razones y argumentos. Quizás porque son mas privados, quizás porque pueden resultar vergonzosos, o quizás porque cuando escribo las entradas del blog tengo diferentes estados de ánimo y esos estados de ánimo se ven inevitablemente reflejados en los textos que me salen.
Siempre pensé que quienes escribimos con el deseo o la ilusión de ser leídos por los demás (hay muchísimas personas que lo hacen para sí mismos) escondemos un fondo de vanidad en el acto mismo de la escritura. No necesariamente es algo malo, ni condenable. Ni siquiera algo de lo que uno debería avergonzarse, aunque parezca lo contrario. Simplemente pienso que solamente el hecho de creer que a otras personas (sí, en plural) puede llegar a interesarles leer regularmente lo que uno tiene que decir, es de por sí un acto que implica cierta dosis de vanidad, sea o no refrendado por el interés real de los lectores.
Como decía antes, llevo poco más de tres semanas escribiendo, y Reflexiones de un Aprendiz de Brujo tuvo desde un primer momento mucho más éxito del que mi vanidad (mucha o poca, a gusto del consumidor) esperaba. Casi mil cien (que no cien mil) visitas en tan poco tiempo, que día a día aumentan mis ganas de escribir. Sin embargo, era consciente de que, al menos la gran mayoría de esas visitas provenían de amigos y conocidos. Personas que, dada la naturaleza cercana y bien predispuesta del vínculo, tienen tendencia a ser benévolos y aprobar las cosas que hacemos.
Ayer, sin embargo, experimenté una sensación totalmente nueva. No sé cuánta gente que no conozco de primera mano está siguiendo este blog, pero por primera vez una visitante completamente desconocida para mí (hasta ayer solamente compartíamos el enorme placer de seguir Orsai, por Hernán Casciari) dejó un comentario extremadamente halagador en uno de mis posts (ver La Venganza de las Isoflavonas de Soja), que casi me hizo subir los colores, aún estando solo frente a mi pantalla en el momento en que lo leí. Por si el comentario llegase a quedarse corto, la nueva lectora de Reflexiones de un Aprendiz de Brujo, que es también blogger, escribió un post en su blog, en el que recomienda el mío (ver Tonito Chileno por Beth).
Yo, que soy voluble y, de más está decirlo, dado a los pecados en general, experimenté un repentino acceso de vanidad, que en seguida reprimí. Lo reprimí porque no era esa pequeña dosis de vanidad que me llevó alguna vez a pensar que mis textos puede que interesen a los demás, y por lo tanto a escribir, sino vanidad de la otra, de la que hace que uno se sienta orgulloso de sí mismo. Pasada esta prueba purificadora, identifiqué entonces lo que de verdad me sucedía: profunda gratitud. Fui por primera vez consciente de que hay personas que invierten su tiempo en leer los textos que voy colgando (como lo hago yo también con otros blogs), y además tienen la generosidad de dejarme saber que les gusta, o que les interesa, o que simplemente les produjo alguna emoción lo que leyeron. Y es fantástico. Además de enormemente gratificante, da una sensación de responsabilidad. Invita a cuidar especialmente lo que uno dice, para estar seguro de que los otros lo reciben de la manera correcta, y, sobre todo, dan ganas de seguir haciéndolo.
Sé que este post no va con el tono del resto del blog, y que ha pasado muy poco tiempo desde que empecé, pero como simplemente lo que sucedió ayer me conmovió, no quería dejar pasar la oportunidad de agradecer a todos los que lo leen (dejen o no constancia de la lectura en los comentarios), y de decirles cuánto me halaga saber que están ahí, que tenemos algo en común que compartir, y que haré el mejor de mis esfuerzos para seguir escribiendo textos que puedan gustarles o interesarles.
Lo que, bajo ningún concepto puedo, ni quiero, ni debo prometer, ni a ustedes ni a nadie, es que pueda llegar, algún día de mi vida, a abandonar la senda del pecado.
Pilux,
en Barcelona, 19 de Septiembre de 2009
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