Recordarán quienes sigan las vicisitudes de la accidentada vida emocional de mi hijo Pablo (ver Charlas de Hombre a Hombre y Charlas de Mujer a Mujer), que dejamos el relato de sus tribulaciones amorosas en el álgido punto en que su pretendida, acosada por el ímpetu seductor de más de dos y de más de tres pequeños romeos, se decidía por el que la atacaba menos, y le enseñaba el intrincado y fascinante mundo de los gusanos de tierra.
Ensombrecido por la derrota, Pablo eligió el camino que tantas veces nos hemos prometido algunos a nosotros mismos: “Nunca más me voy a enamorar de nadie”. Simplemente lo decidió y ya está, de un día para otro, Celia quedó borrada para siempre de su dolorido corazón.
Nosotros, como padres modernos y sin prejuicios que somos, siempre le hemos dicho a Pablo que se pueden casar también hombres con hombres y mujeres con mujeres, y que, llegado el caso, pueden adoptar niños. Así que rápidamente halló la solución definitiva y perfecta para su mal de amores:
– Papá, ya lo decidí: me voy a casar con el Alex. – es su mejor amigo y compañero de clase.
– ¿Sí? – pregunté, sorprendido.
– Sí, total, vamos y buscamos un niño de ésos, y ya está.
– Vale, me parece perfecto.
Durante varias semanas mantuvo esa postura. El tema salía con relativa frecuencia, y él ya hacía sus planes. Dado que su intento previo de hacerlo su hermano y traerlo a vivir a casa había fracasado repetidas veces frente a nuestra negativa y la de los padres de Alex, había decidido que ni bien pudiesen irían a vivir juntos: vida resuelta. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que una tarde de sábado, mientras perréabamos toda la familia en el sofá, a Gloria y a mí nos dio por besarnos (cosa que por otra parte hacemos con frecuencia y que los niños habían visto ya miles de veces). Algo llamó la atención de Pablo, y preguntó:
– ¿Por qué os besáis?
– Bueno… porque somos novios, y los novios hacen eso: se besan.
– Ah… ¿Todos los novios se besan?
– Claro. Mira, por ejemplo tú, si te vas a casar con Alex, tendrás que dormir con él y darle besos en la boca, como todos los novios.
Primero puso cara de incredulidad, pero la seriedad mía y de su madre le confirmaron que se trataba de una verdad como un templo: Los novios se besan en la boca. Entonces su carita se contrajo y los planes de las últimas semanas quedaron instantáneamente desbaratados con una sola exclamación:
– ¡¡¡¡¡Qué asco!!!!!
Su futuro estaba nuevamente oscuro. La boda se suspendió para siempre en el mismo momento en el que supo que entre sus deberes conyugales se encontraba la pernoctación conjunta y el intercambio salival. De nuevo estábamos como al principio… ¡Cinco años y el pescado sin vender!
Pero el cerebrito inquieto de mi joven padawan no se detiene nunca. Durante los días siguientes a la fatídica conversación durante la que descubrió algunos oscuros secretos de la vida matrimonial, Pablo dedicó largas horas de plaza a mantener cónclaves secretos con Alex y tres miembros más de la cofradía, llamémosles, como siempre, para mantener su anonimato, Xavi, Jorge y Pedro. Sabiendo que tramaban algo, ayer, después del baño, aproveché que estábamos solos, mientras lo secaba y vestía, y le dije:
– Ahora que no nos escucha mamá, cuéntame: ¿Te gusta alguna chica?
– No, papá. ¿Por qué siempre quieres que me guste alguna niña? – se enfadó, con toda razón.
– No, no, no quiero que te guste alguna. Te lo pregunto para saber, para que hablemos de hombre a hombre.
Inmediatamente reconoció el santo y seña de las secretas confesiones masculinas, y sus ojos se iluminaron instantáneamente con ese brillo de travesura y confidencia que solamente los niños logran de manera auténtica. Entonces me abrió su corazón.
– No, papá. Ya lo tengo todo decidido. Yo, Alex, Xavi, Jorge y Pedro no nos vamos a casar nunca. Vamos a vivir todos juntos en una casa sin novias, donde no pueden entrar las niñas.
– ¿Ninguna mujer?
– No.
– ¿Y qué van a hacer?
– Vamos a hacer fiestas. Tú podrás venir, y mamá también. Todas nuestras mamás y nuestros papás podrán venir, pero las otras niñas no.
– Pero Pablo, me parece que cuando sean más grandes van a querer que vayan niñas a las fiestas.
– No. Ninguna niña.
– Pero se van a aburrir todos los chicos solos en la casa.
– No nos vamos a aburrir. Vamos a jugar a todas las cosas que las niñas nunca quieren jugar.
– ¿Y los otros chicos que tengan novia?
– Pueden venir, pero tienen que dejar a las novias abajo.
Llegado este punto de la conversación, no pude más que reírme en silencio, para no herirlo, y tuve claras dos enseñanzas de su corazoncito infantil, que son tan obvias que a veces no nos paramos a pensarlas. La primera es lo mucho que el amor tiene de exclusión. Al final importa poco si es un niño, una niña o varios: el asunto es tener un núcleo fuerte de vínculos en los que el resto del mundo queda fuera. De alguna manera él intuye que los seres humanos siempre necesitamos pertenecer a algo especial. Los afortunados encuentran el amor, y si son muy afortunados (como en mi caso particular) uno o dos amigos con los que tener algo tan especial y único que una frontera invisible lo separa del resto de nuestro universo afectivo. La segunda fue que el amor, cuando es verdaderamente puro, como en el caso de los niños, no se detiene a considerar detalles como el sexo o lo que debe ser. Pablo ama verdaderamente a su amigo Alex, y quiere compartir su vida con él. Pongamos las dificultades que pongamos los adultos, él encontrará siempre su camino, y aunque no sea un camino posible, será un camino verdadero.
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