La sociedad española llevaba en silencio muchos años. Demasiados. Su clase política – como las clases políticas de la mayoría de los países del planeta –, amante de las castas, los privilegios y el control social, estaba feliz. Durante la última década, malas artes políticas y ficciones económicas similares a la ya clásica y argentinísima paridad peso-dólar, encarnadas aquí en paraísos artificiales de cemento y ladrillo, llenaron a paladas los bolsillos de políticos y empresarios: un enriquecimiento insostenible y meteórico, en tan furiosa ebullición que salpicaba, a su pesar, para abajo; permitiendo así que los seres humanos de a pie pescasen algunas escuetas migajas de tan jugoso festín, pero es que no les alcanzaban las manos para recoger todo el dinero.
La tan famosa crisis internacional hipotecaria, sin ninguna piedad, se llevó por delante el sueño de potencia económica de España, y casi todos los beneficios que la década de cemento había generado para la población – no así los de la clase política, a buen resguardo en cuentas numeradas en Suiza –, y entonces algo comenzó a pasar.
Se rompió el silencio.
Se hizo añicos.
Una sociedad quebrada – cinco millones de desempleados no admiten otro adjetivo – que, sin embargo, sale a la calle con cuentagotas. Y entonces las muchas protestas pacíficas y los inevitables incidentes de dudosa procedencia.
Y ahora, además de contemplar estupefactos cómo los políticos se hacen los sordos y miran para otro lado de pura ceguera, nos toca escuchar lecciones de democracia, sabia y generosamente impartidas por estos paladines de la vida pública y la riqueza privada. Es democracia que muchas personas se junten para vitorear a un político que gana unas elecciones. Es antidemocrático que muchas personas se junten para abuchear a los políticos por no cumplir el mandato soberano de su voto. Es democrático quedarse con los vueltos, no imponer condiciones de funcionamiento a una banca voraz y sanguinaria, aún después de rescatar su negocio impúdico con dinero público. No es democrático querer cambiar las cosas de una manera diferente a la que figura en la constitución.
Y yo creo que la pregunta es si esta Democracia Con Mayúsculas de la que tanto se enorgullecen los políticos es realmente lo que todos queremos. Nadie cuestiona si la democracia es el camino, si es realmente la mejor de las opciones posibles. Actualmente, los españoles son rehenes de la constitución, creada por la clase política y que contempla mecanismos de cambio que aseguran el poder a perpetuidad para esa misma clase política. Los partidos políticos son rehenes de la banca, que les financia las campañas y les cobra en favores. La banca es rehén de su voracidad infinita, su impudicia y su falta de humanidad.
El mensaje es que, al votar es cuando expresamos nuestra opinión, y eso es un sistema perverso, porque solamente los podemos votar a ellos, y no es posible llegar a ser votado sin convertirse en eso mismo, porque el camino está corrupto desde dentro, los mecanismos son tan automáticos que el bien común se pierde de vista en el segundo peldaño.
El mensaje es que, hacer oír la voz indignada ante el despilfarro, los privilegios, la impunidad de los poderosos y la falta de respeto y de decoro con que se gestiona el enorme poder que da el voto popular es antidemocrático. Lo democrático es hablar una vez cada cuatro años, pero solamente se puede responder a una pregunta: ¿Querés más a tu papá o a tu mamá?
No hay matiz posible, hay que elegir entre los malos, los peores, los que son un poco ladrones, los que son muy ladrones, los que les importa casi nada la gente, los que la gente no les importa para nada y aquéllos a los que lo único que les importa es su bolsillo. Son todos iguales pero distintos, y el engranaje altamente democrático que han creado está preparado para transformar en eso a cualquiera que intente llegar: la perversión del sistema está por encima de los hombres.
Y en este contexto, los medios de comunicación, que son las putas mantenidas – con mis disculpas para tan noble profesión, pero cobrar por determinadas cosas no puede llamarse de otra forma – de la banca y de la clase política, emprenden una campaña de desprestigio contra los Indignados, porque aunque se hagan los ciegos, los sordos y defiendan su democracia de mentira a capa y espada, lo que no han podido evitar es darse cuenta, de una vez por todas, del alto valor del silencio que habían comprado con sangre de ladrillo.
Pero aunque nos manden callar a palos, con trucos baratos de desprestigio y con mentiras televisadas, el silencio resultante será un silencio nuevo, un silencio cargado de desprecio y de protesta, un silencio especial, único y luchador: El Silencio de los Indignados, al que me sumo a partir del próximo punto final.
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