web analytics

De rodillas ante los verdaderos Reyes

Como ya dije mil y una veces, no soy analista político, ni experto censor de personalidades públicas, ni moralmente ejemplar ni nada que se le parezca. Soy mas bien un inmigrado más, con un ligero exceso de peso y de opinión, y una profunda necesidad de palabra escrita. Muchos fines de semana me enroco entre mis propios fantasmas, inquilinos a veces indeseados y añorados otras; y en una trinchera calurosa e íntima despunto el vicio de las letras, tecla a tecla, click a click. Entonces hablo de la vida, de mis hijos, de mis miedos, de mis sueños, mis miserias, mis tristezas y alegrías.

Y es solamente algunas veces, como hoy, cuando cedo a la tentación de profanar este espacio íntimo con política. Es cuando me indigno una vez más, cuando las cosas superan mi límite de tolerancia y resignación, cuando necesito sentirme entre amigos para decir basta.

La crisis económica que castiga a España por estos días, además de ser dramática desde el punto de vista social – lo cual es indiscutible, y tengo poco que aportar al respecto -, está siendo especialmente reveladora en otros aspectos que hacen a la vida pública en la península Ibérica.

Hace once años, cuando pisé por primera vez estas tierras, dispuesto a instalarme, una de las primeras cosas que me sorprendió de la vida política española fue el esfuerzo de sus líderes por “deslatinizarse”, por transmitir una imagen seria, empresarial y rígida. La presunta izquierda forzaba con dudosos méritos una apariencia formal, empapada de un mensaje estético: “No somos el Che Guevara. No somos latinos. Somos como los Finlandeses. Somos de Izquierda pero podemos ser empresarios serios. Sabemos gestionar.”. Lustraban sus corbatas y defendían el statu quo, aferrados a una nostalgia del poder que, cuando lo consiguieron, pareció transformarse rápidamente en nostalgia de aspiración al poder: no supieron qué hacer con él. Mientras tanto, en la otra esquina, una derecha rancia y medievalista se atrincheraba detrás de discursos envejecidos pero tristemente vigentes: “No se puede llamar matrimonio si son dos hombres o dos mujeres. Mano dura. Mano dura. No a la inmigración. Iglesia y Estado.”. Hombres adustos vestidos con trajes impecables y barbas recortadas, acompañados de mujeres de peluquería y alta costura, esposas ejemplares defendiendo el papel de la mujer en la sociedad.

Pero en boca de unos y de otros, enfangados en las descarnadas disputas territoriales que sufre España a título de argumentar la ambición desmedida de sus administraciones por el control del dinero público, siempre destacó la presencia de dos argumentos-fuerza: la vigencia indiscutible del Estado de Derecho y el “Amplio consenso y legitimidad de la Constitución de 1978”. La sola mención de la Constitución bastaba para hacer cuadrarse a todo el mundo. En un panorama político inmaduro, donde el Congreso de los Diputados solamente vota en bloque y no hay el mínimo espacio para el disenso y el debate sano y democrático dentro de las formaciones políticas, quien alza la voz es instantáneamente neutralizado con estos dos argumentos a prueba de todo.

En este contexto, otro síntoma sorprendente es la deslealtad política que ejercen los dos grandes partidos. El mandato civil traducido en votos, en cualquier democracia exige y comanda un criterio básico de defensa del bien común. Asistido por la ideología, bien es cierto, pero debe primar el bien de la ciudadanía. En España este precepto sagrado – desde mi punto de vista – es constantemente traicionado por las dos principales fuerzas políticas, a título de cualquier nimiedad. El intercambio político básicamente se basa en responderse mutuamente “no a todo”. Nunca jamás la oposición apoya al gobierno en nada, y viceversa. No importa la gravedad del asunto ni la necesidad del país de salir adelante. Todo son palos en la rueda, otra vez con el objetivo último de hacerse con el control del dinero público mediante el desprestigio del adversario. Es vergonzoso y hueco, porque no hay una sola idea noble detrás del teatro que hacen en ciclos de cuatro años para la ciudadanía, y es la razón principal del estado de indignación popular que hay en el país.

Y a pesar de todo eso, es sorprendente como ahora, con una facilidad sorprendente, los dos bandos pierden sin pudor alguno su intransigencia de cartón piedra para acordar, de forma trapera e indecorosa, una reforma express de la Constitución. Esa misma Constitución que tantas veces declararon en voz alta como imposible de reformar, que expusieron hasta el cansancio lo imposible de lograr nuevamente el amplísimo concierto social que requiere su modificación. Ocurre que “los Mercados” necesitan una señal. Eso que llaman “los Mercados” una y otra vez, como si fueran un ente anónimo con el que no se puede razonar, se trata en realidad de especuladores con nombre y apellido, ratas de despacho que juegan con lo ajeno para multiplicar lo propio, carroñeros que muerden con más fuerza allí donde sangra, empresarios sin escrúpulos ni patria ni interés alguno diferente al del dinero. Por desgracia son los que pueden aumentar o reducir el desempleo, los que financian con dinero negro la trastienda de las campañas electorales, los que no tienen amigos ni enemigos, porque solamente se ocupan de ser necesarios, de que los poderosos les deban favores.

La reforma de la Constitución es completamente inútil. Frente a la vergüenza de haber derrochado el dinero público cuando abundaba, y de no saber gestionar el déficit fiscal espeluznante cuando no abunda, lo único que se les ocurre a los paladines de la seriedad institucional es poner cara de buenos y prometerle a papá Mercados: “No lo voy a volver a hacer”. Entonces agregamos a la ley fundamental que rige la convivencia, a la base legal, jurídica y emocional que fundamenta un país entero, la ridiculez de limitar el déficit del estado constitucionalmente, solamente para ganar un par de puntos en la calificación de la deuda española. El precio de la reforma es la traición más grave a la población española desde el franquismo, y su beneficio comparado es mínimo. En las últimas elecciones generales, ninguno de los dos partidos precursores de esta modificación la llevaba en su rosario de mentiras electoralistas: nadie la votó, lo que significa que es legal pero no legítima. Es modificar las reglas básicas del juego a espaldas de los participantes. Nadie que haga esto merece recibir nuevamente la confianza de los ciudadanos.

Lamentablemente, estamos acorralados, víctimas de un juego perverso en el que los ciudadanos siempre pierden. Perdemos si votamos y perdemos si no lo hacemos. Perdemos si ganan unos y perdemos si ganan otros. Y si decidimos votar a los que vienen mas atrás, perderemos también, porque es el mismo ejercicio del poder el que te prepara para la traición, y porque aunque nadie quiera reconocerlo, son los Mercados los que gobiernan, hacen y deshacen, doblegando a quien sea que gobierne con sus demostraciones de poder en la bolsa de valores.

Los defensores de la libertad, paladines de la seriedad y prohombres de la vida pública, están obligando a todos los españoles a ponerse de rodillas una vez más. Pero esta vez no es frente a la inútil monarquía que pagamos entre todos y no le sirve a nadie. Esta vez, gracias a su ineptitud, cobardía y traición, estamos por fin, de manera explícita, de rodillas ante los Mercados, los verdaderos Reyes. Que nunca más se atrevan a hablar de Soberanía.

 

 

Enlace permanente a este artículo: https://aprendizdebrujo.net/2011/09/11/de-rodillas-ante-los-verdaderos-reyes/

Deja una respuesta

Tu email nunca se publicará.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.