web analytics

Enano Cabezón III: Las nieves del tiempo platearon tu sien

Cinco años, mi chiquitín, y daría lo que fuera porque pudieses, tan sólo por un segundo, verte con la mirada de un adulto, cuando extendés tu manito, aún rechoncha, con los cinco deditos intentando alejarse de la palma, dos ojos tan grandes, que se ven tan redondos, tan ojos y tan dulces que te hacen temblar, y tu sonrisa solar, poblada de blanquísimos dientes que ya te van quedando pequeños, que llena la habitación y el pecho de quien la recibe. O cuando luchás tibiamente por conseguir subirte los pantalones con ambas manos, mientras tus calzoncillos se empeñan en enrollarse contra tu culito, aún de bebé. Me es imposible verte, mi amor, sin conmoverme, sin que un dolor profundo me invada de repente, y sin necesitar abrazarte con violencia, estropearte la carita una vez más con el rastro árido de mi barba mientras te beso, mientras siento tus huesos de niño crujir sin falsos pudores bajo la agresión dulce de mi abrazo.

Es ya el tercer año que, pocos días antes de tu cumpleaños, me siento a pensar en vos, a escribirte, a intentar dejarte un sendero de palabras sinceras que puedan, algún día, ser el mejor regalo; el que te haga descubrir, sin artificios, algunas verdades sobre tu viejo. No hay mejor manera de dejarte saber sobre mis sentimientos, mis dudas y mis miedos, sobre mi rol de padre y mi papel de educador, sobre mi adulto pobre, sobre las lágrimas que te escondo, sobre las palabras que, como los adultos creemos que los niños no entienden, ahora no puedo decirte, pero te voy dejando en alguna parte, custodiadas quién sabe por qué arcano tenebroso, para que puedas recibirlas cuando tu edad sea de dos dígitos, cuando tus ojitos maravillosos ya no amenacen con desbordar tu cara, cuando tus labios encierren otra boca, una que haya cambiado los pucheros adorables que a veces te sacuden por un ansia indomable de besos lenguaraces y palabras mal dibujadas.

Como te decía antes de perderme en mi retórica, en esas vueltas dialécticas que suelo dar antes de entrarle de lleno a los temas, es esta carta la tercera conversación que tenemos de hombre a hombre, entre mis palabras y tu silencio, y es hora de que vayas sabiendo algunas cosas que aún no podés saber. Quiero contarte un secreto acerca de mí, pero quiero decírtelo en voz baja, en un susurro apenas audible, en un cónclave sólo para los dos, que nadie me oiga, porque me da pánico: Soy un hombre, mi amor. Sé que a veces creés que tu papá es un héroe, que lo puede todo, que no teme ni padece, y te confieso que me gusta jugar contigo ese juego en el que mi presencia basta para garantizar que nada malo puede pasarte, pero no es verdad, mi amor. A veces, te miro jugar con tu hermano, desparramando fantasías por el salón de casa, y un miedo infame me atenaza, me atormenta y me duele físicamente. Es un miedo sin cara ni nombre, absurdo y abstracto. Un miedo que habla de no estar un día para vos, de no saber claramente cuál es el siguiente paso, de estar errando los valores que quiero enseñarte. Un miedo atroz por la certeza de la presencia física de mis defectos en ustedes dos, la inevitable repetición de mis errores, la reproducción en chiquito, otra vez, de mis fantasmas de niño. Entonces, cuando ese miedo me asalta, con todo lo hombre que soy, con todo lo fuerte que me ves, con mis treinta y ocho otoños cargados a la espalda, siento ganas de llorar. Y no sólo siento ganas de llorar, sino que necesito que seas vos quien me consuele. Necesito llorar entre tus brazos, necesito dejar que mis lágrimas dibujen caprichosamente su rastro salado sobre tu carita infantil, sobre tus hombros, tan chiquitos que parece mentira que puedan sostener tu cabeza.

Pero también, además de la nobleza inherente a la paternidad, la que tengo yo y seguramente cada uno de los padres de tus compañeros de clase, de tus amiguitos y de la mayoría de los niños de este mundo, tengo momentos de auténtico mal padre, mi amor. A veces caminamos por la calle, y voy pensando en mis cosas, apenas consciente del sudor limpio de tu manito infantil apretada entre mis dedos, y entonces vos necesitás compartir tu día de niño, repleto de trivialidades, haciéndolo competir con mis miserias de adulto, los problemas del trabajo, mis anhelos oscuros e inalcanzables, mi mal humor de la tarde. Y caminamos, uno junto al otro, yo con la vista perdida, pensando en mis cosas, y vos sin parar de relatar un suceso nimio, un encontronazo en el patio, una canción que habla de estrellas y de luna, un nuevo otoño que te maravilla porque solamente viste otros cuatro, una conversación con tus abuelos. Vas hablando, mientras tratás de mantener mi paso, de mirar hacia adelante y al mismo tiempo buscás mis ojos con los tuyos. Y yo camino, ignorando tu discurso con unas cuantas acotaciones vacías de “¿Sí?” o “¿En serio?”, mientras íntimamente deseo que te calles de una vez, y que me dejes pensar. Inevitablemente, por la noche recupero esos momentos, y me pregunto cuántas tardes de inocencia nos quedan, cuántos trayectos de tu parloteo simultáneo con el de tu hermano, cuántas canciones de estrellas y lunas tenemos por compartir antes de que tu Dios Padre privado y total se transforme en un hombre de carne y hueso, desmoronándose en tu universo privado hasta que seas capaz de reconstruirlo, como hice yo con el mío, después de varios años de trabajo. Y es entonces cuando me arrepiento de mi silencio y me prometo escucharte con más atención la próxima vez, sabiendo que no voy a ser capaz de hacerlo, porque los adultos, mi amor, siempre tenemos problemas urgentes que sepultan lo verdaderamente importante bajo una montaña de papeles sin sentido. Todos los adultos, hijo, somos ciegos con ojos, hundidos bajo el peso de una realidad que a veces es tan siniestra que mejor ni pensarlo, y por eso solemos perdernos los momentos mágicos de los niños, porque aunque sean mágicos, se repiten, y eso hace que pensemos que ya los veremos la próxima vez.

Y no quiero dejar esta carta hasta el año que viene, mi amor, sin contarte que este año – como todos – hiciste algo que, para mí, fue un poco más especial que las otras cosas especiales que hacés. Este año escuchaste Volver, uno de mis tangos preferidos, sobre todo desde que vivo lejos de mi hogar, y te gustó. No me preguntes por qué, no consigo explicármelo, pero Volver te emocionó. Elijo pensar que tu sensibilidad de niño supo captar mi emoción profunda, mi nostalgia dulce y triste, y que esas emociones te hicieron incorporar ese tango desde dentro, sentirlo y reescribirlo para vos. Entonces, no sé bien cómo, acabaste aprendiendo todo el estribillo, e interpretándolo con emoción auténtica.

Y escuchar, mi amor, la dulzura de tu voz de cuatro años, que hablaba seriamente y con sentimiento de Volver, con la frrrrrente marrrchita, las nieves del tiempo, platearon mi sien, una vez más, invocó en mi interior el milagro de la paternidad. Me hizo saber que todo mi dolor, toda mi angustia, todos mis errores, sean de la naturaleza que sean, también constituyen la esencia de tu amor filial. Supe, sin necesidad de preguntártelo, que la Argentina de mis amores que hoy tengo tan lejos tiene también un trocito de tu pecho, una gota de tu sangre, aire en tus pulmones y tu amor de niño.

Y parece estúpido, mi amor, pero en este momento de mi vida, cuando tanta nostalgia siento, que sea precisamente tu voz la que me traiga esos versos, me provoca una emoción que no sé explicar. Solamente quiero agradecértelo. Quiero contarte, dejarte por escrito que, sin saberlo, me devolviste un pedacito de mí que se había quedado en Argentina, me conmoviste, me dejaste ver mi propia niñez a través de tus ojazos.

Quiero decirte, mi amor, con palabras que no sean de papel, sino de sangre y piel, que te adoro, que no importa lo que pase en adelante, porque tu canción dulce, las palabras de Gardel en tu boca que es mía, escribieron ya de forma indeleble, para siempre, tu amor de hijo, tu empatía con mi dolor, tu capacidad de emocionarme. No importa nada más, mi amor. Ahora que, precisamente en este instante, mientras te escribo, las nieves del tiempo platean mi sien, es el mejor momento para decirte, de una vez y para siempre, que con errores y aciertos, con mezquindades y promesas, con todo lo que soy, mi amor de padre es indestructible y total, es tuyo y genuino, y es el refugio perfecto, al que pase lo que pase en tu vida, siempre, siempre y sin necesidad de dar ninguna explicación, vas a poder Volver.

Feliz cumpleaños.

Te adora,

Papá.

Enlace permanente a este artículo: https://aprendizdebrujo.net/2011/10/12/enano-cabezon-iii-las-nieves-del-tiempo-platearon-tu-sien/

Deja una respuesta

Tu email nunca se publicará.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.