Una vez más me encuentro al inicio de una jornada de reflexión previa a unas elecciones generales. A pesar mío, casi sin quererlo, evoco el 29 de octubre de 1983, jornada previa a las primeras elecciones que viví, con diez años, para que la Argentina comenzara a dejar atrás uno de los períodos mas tristes y vergonzosos de su historia reciente: la última dictadura militar. Yo era un niño, pero aún puedo revivir en mi carne las precauciones de mis padres, la sombra alada del miedo en sus ojos, entre nuestros amigos, en la calle. Puedo sentir, también, la rabia, la impotencia, el rastro doloroso de tantos muertos.
Y, por supuesto, no necesito documentación histórica ni ninguna clase de sortilegio de memoria para revivir en la piel esa jornada previa, sus días anteriores, la campaña electoral, la euforia de la gente. No necesito que nadie me recuerde el olor dulce de la esperanza, que volvía a flotar en el aire.
Solamente veintiocho años después, por primera vez en mi vida, no siento ninguna esperanza, pero tampoco expectativas. Ni siquiera curiosidad. Solamente consigo experimentar miedo y frustración. Ahora que la democracia es, por fin, indiscutible, es cuando menos calidad tiene, menos espíritu participativo y menos verdad en el alma. La sociedad occidental de hoy está basada en siete mentiras capitales.
I. La democracia
La democracia hoy no es más que un juego perverso, en el que el que no quiere jugar también juega, y al final ganan siempre los mismos. Es un entramado regulatorio, leguleyo y tramposo, que lo único que certifica y salvaguarda es el poder perpetuo para la clase política, para los empresarios oscuros que la financian y para poderosos sin nombre ni rostro. El mantra de ser acusado de antidemocrático tiene tal fuerza pública que nadie se anima a decir en voz alta, seriamente, que es un modelo caduco y que debe ser reemplazada por otra cosa. Mientras tanto, las opciones diferentes no tienen representación, y la voz de muchos se queda sin expresión.
La perversidad de la democracia es tal, que permite a los vencedores usufructuar un supuesto mandato popular que no es tal. Los candidatos no se molestan en explicar su programa, si no más bien se esfuerzan en blandir miedos y en exorcizar fantasmas en voz alta, para luego atribuirse el derecho de decidir por la mayoría.
II. Cambiar el sistema desde dentro
Los resortes del sistema democrático están tan engrasados, que la primera acusación que se enrostra a los rebeldes, a los que verdaderamente intentan hacer algo diferente, es la de antisistema. Los medios de comunicación enarbolan esa bandera, y suena como si fueran verdaderas amenazas. Los políticos, interrogados sobre los antisistema, los invitan gentilmente a Cambiar el sistema desde dentro. Y lo hacen porque saben, porque han vivido en carne propia, que el proceso, el largo camino desde que una persona se hace militante de un partido, hasta que se transforma en dirigente, corrompe. Cualquiera que intente cambiar el sistema desde dentro será devorado por la codicia inherente al ser humano, por sus propias debilidades, y por una clase política infestada de buitres, de carroña y de culpables que se tapan las vergüenzas entre ellos.
III. La soberanía
Otro de los conceptos-fuerza de los Paladines de la Democracia es la Soberanía. Un concepto casi tan viejo como el de Estado, pero muchísimo más pervertido por manoseos corruptos y tratos sobre ella a espaldas de quienes la ejercen, o al menos deberían ejercerla. La clase política del mundo occidental, entera y sin excepciones, ha depositado la soberanía de los Estados a plazo fijo en manos de la banca. Nos han hecho rehenes de la banca a todos los ciudadanos, y se niegan a reconocerlo.
IV. La libertad
Nos la han prometido. La han vendido barata, regalado en bolsitas sorpresa después de las fiestas patrias, ofertado a voz en cuello en los mercados. Nos han querido hacer creer que es necesario regularla, porque nuestra libertad comienza donde termina la de los demás. La han legislado tanto, la han maniatado tanto, que ya no es reconocible. Y no lo es porque, desde el principio de los tiempos, quienes legislan y regulan se niegan a reconocer la naturaleza humana.
Cada día somos menos libres, porque la ley, en lugar de buscar asegurar la libertad de todos, en lugar de ampliarla, la está reduciendo al mínimo común denominador: somos totalmente libres de no hacer nunca nada, ni la más mínima cosa que pueda importunar a alguien en alguna parte.
V. Los mercados
Con la crisis y demás eurobasura, se pusieron de moda Los Mercados. Resulta que tenemos que hacer una serie de sacrificios para contentar a Los Mercados. Tenemos que renunciar a derechos sociales, a prestaciones públicas, rebajar la calidad de la enseñanza de nuestros hijos, minar la salud pública y permitir que sea más fácil despedirnos. Todo para no enfadar a Los Mercados, que aparentemente son un ente anónimo imposible de controlar.
Los famosos Mercados son una banda de especuladores inescrupulosos con nombre y apellido, cuyo único objetivo es ganar más dinero a costa de los demás, y que son los tenedores de la inmensa deuda de los Estados, que sometidos a su voluntad, y avergonzados, no queriendo reconocer públicamente la debacle financiera a la que nos ha llevado la clase política, no tienen más opción que ceder a las exigencias de la peor carroña del panorama político y económico mundial.
No hay voluntad política ni cojones para pararles los pies, pero no es verdad que en la práctica estemos tan sometidos a ellos como quieren hacernos creer. Si por una sola vez, en lugar de cambiarnos las reglas del juego a nosotros, se las cambiasen a ellos, entonces veríamos si son tan Mercados y tan Libres.
VI. La educación
Otro de los caballitos de batalla de la democracia es, y siempre ha sido, la educación. No hace falta más que observar, en España, cómo la Administración del Estado y las Comunidades Autónomas batallan con absoluta deslealtad, desvergüenza y ferocidad por el control de la educación pública; para darse cuenta de que las escuelas ya no están para educar, ni para aglutinar, ni para intentar eliminar las diferencias de clase social.
Hoy, al menos en España, las escuelas no son más que usinas de adoctrinamiento. Fábricas de futuros adultos que no protesten, que repitan como loros una lección aprendida sin razones, marcada y grabada para siempre con un cincel de miedo abstracto, profundamente arraigado.
Las escuelas ya no enseñan.
VII. La información
Y por último, pero no menos importante, la prensa. La información dejó de existir hace tiempo. No existe ni un solo medio de comunicación, ni de derecha, ni de izquierda, ni de grandes monopolios, ni de pequeños emprendimientos, que informe.
Es imposible encontrar en la prensa un artículo que se limite a narrar los hechos objetivos y contrastables. Ni en política, ni en economía, ni en sociedad. Ni siquiera en deportes.
De la información televisada directamente me niego a hablar, superado por el asco.
La información ha muerto, asesinada por la opinión.
Y la opinión, lamentablemente, ya no pertenece a los individuos que la emiten, sino a los orgullosos y felices propietarios del cadáver contaminado y podrido de la información.
El futuro
Pero no todo es tan apocalíptico ni tan terrible. Quizás lo es para nosotros y para nuestros hijos y nietos, pero en términos históricos no creo que lo sea. Al igual que el Imperio Romano, la Democracia Representativa parece estar alcanzando su nivel máximo de corrupción y vileza, y por lo tanto, estar acercándose a su triste final. Serán veinte años, serán cincuenta o serán cien, pero poco falta para certificar que esta pantomima, esta farsa occidental y cristiana, está definitivamente muerta.
Y entonces, tal vez, sólo tal vez, la humanidad sea capaz de reconocer sus errores de una vez por todas; de parir, con esfuerzo y con dolor, un sistema de organización común que sea equitativo y justo, en el que no pierdan siempre los mismos.
Ojalá.
De nosotros depende.
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